Ayer empezó la campaña de ventas de Navidad y tocará hablar de austeridad, de gente que mira mucho pero compra poco, de cómo crecen los outlets y los productos de lujo. Los extremos. Este no es un artículo sobre economía ni sobre la crisis. Es un desafío al pesimismo basado en datos reales. Una invitación para que esta Navidad nos hagamos los mejores regalos. No los más caros, claro.

Todos sabemos qué regalos nos han gustado más, pensamos qué tenían los que acertaron de pleno. Dedicamos más tiempo a buscarlos. A imaginar qué puede hacer feliz a aquella persona. Paseamos en busca de la idea. Mentimos diciendo que hemos quedado con alguien y así ganamos más horas para remover con aquel miedo de ser descubiertos. Potenciamos las tiendas donde nos traten bien, donde no sean ni demasiado pesados ni demasiado ausentes, donde nos entiendan, nos escuchen, nos ayuden, nos respeten. Apoyamos a los negocios online que nos atraigan por originales, por atrevidos, por sensibilidad social, porque es una cooperativa, porque son unos jóvenes avispados.

La moda del Do It Yourself (DIY)

Envolvámoslos nosotros, si podemos. Si queda mal, que es lo más probable, lo explicaremos y reiremos. Complementémoslo con notas, dedicatorias, detalles que confirmen que el regalo ha sido pensado, que es único, que no es de última hora, que no se ha improvisado. Miramos de personalizarlo, intentamos que el libro o el CD esté dedicado. Admitimos que en años sin crisis habíamos comprado, de urgencia y sin rumiar nada, regalos caros, nefastos, muy mal elegidos, inútiles, que daban vergüenza y todo. Recuperamos los nervios por si le gustará, la charla dando explicaciones de cómo y por qué lo hemos decidido. Tengamos más fe en nuestro criterio, en cómo conocemos la persona. No les dejamos el ticket ni ninguna opción de cambiarlo: el regalo es este y es el mejor, te lo digo yo que lo he elegido para ti.